miércoles, 19 de junio de 2013

Trance

Trance (2013), Danny Boyle

Es indudable que el cine atraviesa un momento delicado. El fin de semana pasado fue el de menor afluencia de público en España desde que se recogen cifras de recaudación. Se me ocurren muchos posibles factores, pero hay uno (marginal si queréis) que es oportuno resaltar en este comentario: la creciente dificultad para vernos sorprendidos. Esa triste sensación de que todo está ya inventado, aunque sea afortunadamente falsa, no estimula nuestra curiosidad. El cine es mi pasión, por lo que no es mi caso, pero sí observo esta barrera en el punto de mira de artistas como Danny Boyle. Su cine no puede ser más rico en propuestas, enfoques, estilos y temas. Visto así, esa calculada falta de sello propio merece un reconocimiento en una industria que a buen seguro le habría financiado Slumdog Millionaire 2. Evidentemente, que esta osadía dé siempre sus frutos ya es harina de otro costal.
Siguiendo el hilo de la valentía de su director, su planteamiento al abordar esta peli persigue jugar con las mentes: las de los personajes y, como no, las de los espectadores. Vaya si lo consigue.
En el caso de los primeros, a base de una historia ceñida, casi exclusivamente, al triángulo del cartel, sólo acompañado testimonialmente por otros 3 personajes que no llegan ni a secundarios. Lo que en el brillante prólogo se nos promete como un trepidante thriller de robos al uso, empieza a dar giros que, más que cautivarnos, nos marean a medida que avanza la historia. Podríamos pasar horas discutiendo sobre la solidez o la fragilidad de un guión arriesgado. Sin embargo, existe una red que debe sostenerlo todo y que no es otra que la credibilidad que aportan las relaciones e interpretaciones de sus protagonistas: James McAvoy, Vincent Cassel y Rosario Dawson. Sin llegar a estar en absoluto mal, aunque mejores las masculinas, creo que no emana de ellas la química que haga funcionar al conjunto.
En el caso de los espectadores, ese juego al que me refería puede generar reacciones muy encontradas. ¿Nos gusta que jueguen con nosotros? Yo creo que cuando entendemos por qué y con ello aprendemos cosas la respuesta es sí. De lo contrario se nos queda esa cara de circunstancias que variará mucho dependiendo de cada uno de nosotros.
En resumen, la peli no se pierde, que ya es mucho, porque su desenlace deja clara como el agua la resolución de la historia. Pero el camino por el que nos ha hecho avanzar está plagado de recobecos de muy dudoso disfrute. Este puede ser un ejemplo perfecto de una historia que quizás se habría disfrutado mucho mejor en manos de un clásico como Fred Zinemann. Por contra, el afan por sorprender y por mantener el listón (¿alto?) en esta época de tanta sobreexposición audiovisual provocan estilos en los que se suele abusar del montaje, de la música, de los giros y del impacto visual. El resultado es, a menudo, tan complejo como la propia mente humana.

PARA: los que acuden al cine a compartir su cerebro como en un buffet
ABSTENERSE: los que van al cine a desconectar

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