Desde que dirigiese Sin Perdón (1992), hace ya 20 años, hay un tipo de películas que Mr. Eastwood ha escogido realizar (lo que incluye producir) y que se caracterizan por narrar tristes desenlaces en la vida de seres que no podían cambiar su destino. Historias llenas de melancolía que ahondan en la condición humana como nexo común. Además de la mencionada, yo me quedo también con Los puentes de Madison (1995), Mystic River (2003), Million dollar baby (2004) y Gran Torino (2008).
Probablemente, siempre existirán exquisitos cinéfilos que le tachen de comercial. El inacabable conflicto entre muchos de los amantes del cine: ¿es que lo bueno no puede ser de gusto masivo? ¿tan mal está "la masa"? Con un poquito de objetividad todo quedaría aclarado. Lo bueno es bueno, y listo.
Y es que este viejo lobo sabe como pocos conjugar imágenes y palabras para envolvernos con atmósferas de una profundidad intimista soberbia.
Revisionando recientemente una de ellas, la ganadora del Oscar en la que Hilary Swank se enfunda los guantes, me ha asaltado una reflexión sobre las otras, arriba mencionadas. Quizás hacía 5 ó 6 años que no la veía. Aunque la recordaba bien (o eso creía), al cabo de una hora pensé "la trama es hiper sencilla y sobradamente vista en el cine: aprendiz-maestro, mundo del boxeo, aureas de perdedores, el sueño americano, etc". Está claro que eso no le resta interés, pq los actores son de primera y no se puede negar que el señor sabe rodar. Pero se acercaba el final y me faltaba esa chispa que hace que reserves un espacio especial para una peli en tu memoria. Me faltaba el final. El largo, dilatado, recreado, profundo y dramático final.
Y la reflexión es: ¿escoge Eastwood sus proyectos sólo por el calado de su final? Parece que seleccione, diseñe y construya sus historias exclusivamente desde el postrero acto. Disfruta amasando a fuego lento ese desenlace en el que las piezas acaban encajando con precisión quirúrjica.
Ese es, en mi opinión, un sello característico suyo en todas estas películas, en las que se implica a fondo, no sólo en la dirección, sino también en la interpretación, la producción y hasta en la música.
Pero lo que me llama la atención es que en ninguna, absolutamente en ninguna película de su vida, firma el guión. Un artista con mayúsculas que ha participado en una considerable lista de títulos y que nunca ha sentido ni la necesidad ni la curiosidad de diseñar su propia historia. Da que pensar.
Lo que está claro es que el olfato no le falla. Hasta en tres de sus largometrajes más aclamados ha tenido la valentía de confiar en un instinto que mantuvo los guiones originales e inexpertos fuera de las zarpas de los veteranos guionistas de Hollywood: la mismísima Sin perdón, Un mundo perfecto (2003) y Gran Torino. Vale la pena leer de quién y cómo llegó a sus manos el guión de Gran Torino.
Seguramente no será casualidad que en su día reconociese tan compleja tarea con una frase que enorgullece a los guionistas: "Los directores y los actores no somos más que meros intérpretes, porque los que de verdad crean son los guionistas". Palabra de Clint.
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