Nuevos clásicos:
El gran azul (1988), Luc Besson
No es fácil escribir sobre algo que no provoca palabras. Ver esta película tan mágica provoca, sobretodo, sensaciones silenciosas, hipnóticas y profundas.
Visión amena y poética de un entorno que puede llegar a ser cruel, pero que en esta ocasión se nos muestra desde una óptica más mística. No por ello se evita un tema tan oscuro como la muerte, pero en este caso dejando libre de culpa al agua.
Sin duda, uno de los motivos por los que acabamos sobrecogidos es la mutación que el film atraviesa en su tono. Y no es algo común, aunque ya haya un ejemplo de ello en este blog (Get Low). Lo que en un inicio (exceptuando ese fantástico prólogo) se nos muestra como una comedia, va girando hacia el drama, para acabar en un arrebato de evocación onírica. Esa transición es una de las señas de identidad más genuinas de la peli. No hay cambio de ritmo, sino que ese tono se va contagiando de la melancolía de su protagonista. Probablemente, debido en gran parte a la evolución e influencia en él del personaje de Enzo, un inolvidable Jean Reno. Aun así, no son ni de largo las interpretaciones lo que nos atrapa. De hecho, el personaje de Rosanna Arquette llega un punto, a medida que la historia se precipita, en que parece que hasta nos moleste por ahí en medio. Para más inri, en la versión extendida abundan las escenas superfluas protagonizadas por dicho personaje.
Un viaje a las profundidades de nuestra consciencia y al misterio que siempre envuelve a nuestro destino. Esperemos que con su 25º aniversario el año que viene se dignen, de una vez, a distribuirla en DVD como se merece.
PARA: soñadores despiertos
ABSTENERSE: admiradores de Waterworld, de K.Costner
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