En lo primero salen airosos. En lo segundo tropezarán. Y es que los jueguecitos con los viajes en el tiempo están tan trillados que ahora parece que dependemos de complicar el mecanismo por el cual realizamos dichos viajes. Dudo que la simple mayoría de espectadores haya entendido la rocamblesca idea en la que se basa el film para explicar esa puerta que nos abre la posibilidad a modificar el pasado, y con ello el futuro. Pero no es eso lo peor. Resulta inexplicable que alguien que (suponemos) se parte el coco urdiendo semejante trama, plantee un final tan someramente ingenuo, por no decir ya light o directamente cursi.
Lo dicho. Para un día de lluvia en el que deseemos aparcar una parte del cerebro, porque te piden que uses la otra. Aunque podéis apagarlo todo, francamente.
PARA: Consumidores de cine comercial en serie
ABSTENERSE: Fanáticos de Tomates verdes fritos
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